Veo que los años se alejan como trenes de carga, como
cohetes de Cabo Cañaveral en un espacio nebuloso. Qué me importa
el espléndido verano en medio de este tumulto, ni casi tengo memoria. Dejé por
ahí en algún lado escrito que me subía y me bajaba de los aviones semana tras
semana, no por placer, claro está, sino más bien por un impulso casi frenético.
Tranquilidad y silencio, eso es lo que necesito. La vejez me corre por las
venas a pulso inestable, quiero moverme hacia otro lado, quiero olvidar. Mi
salud es cada vez menos aceptable: sigo de pie, salgo de mi casa todos los
días, conduzco mi automóvil, miro las caras con estudiado detenimiento, y eso.
Firmo los cheques con puño firme. Recibo innumerables llamadas telefónicas.
Ayer no más cerré un contrato importante, un cargamento de pasta muro destinado
a las galerías subterráneas del sur de Chile. Para frotarse las manos de puro
gusto. Y qué ganas de tener la energía necesaria. Estoy empezando a sentirme
cansado, es la reuma, es también la gota que percute con insistencia en los
nervios que a ratos me estallan. Imposible jubilarse a los setenta años. La
copa de vino en la mesa, tantas imágenes cargadas de simbolismo neutro, y la
abulia enjaulada en toscas pesadillas que ni con el diazepan. Digo la copa de
vino otra vez contra la botella en una mesa solo, estudiando papeles
amarillentos y buscando números perdidos en el celular. No me sorprendería
despertar mañana con la muerte. El esfuerzo no se me interrumpe ni con los
ronquidos semi concientes de medianoche, y nunca dejo de pensar en las facturas
vencidas.
Pero los olvidos me ponen en una mala posición. Los
recuerdos también, si vamos al caso. Primer y último fin de semana que me quedo
en cama. Los hijos y los nietos ya no saben que cara poner cuando llegan aquí.
La vitalidad de sus presencias es vagamente discontinua. No obstante, el dinero
los mantiene cerca todo el tiempo. El verano se queda fijo en un día que no
acaba nunca. Mi casa se llena y se vacía de gente conocida y no tanto, y yo me
empecino todas las mañanas en recordar la clave de ingreso a la página web
donde busco información bursátil. El abogado me dice que puedo dormir
tranquilo. El doctor me dice que necesito ejercitarme. Tomar un taxi hacia el
aeropuerto es lo que realmente necesito, doctor, abogado. Ordenar los papeles
en el maletín. Lo que se me olvide ahora caerá sobre la conciencia de otros. En
el aeropuerto nadie maneja información precisa. El apuro constante me afecta
sobremanera. A veces me dificulta respirar a diez mil metros. Entonces chequeo
médico express. Chequeo al instante. Vacuna contra virus y peligrosas bacterias
japonesas. Ninguno de mi familia sabe que estoy aquí, aunque a lo mejor mi
esposa, que en paz descanse. Y ahora este viaje a Japón me dejó verdaderamente
agotado.
Digo que el verano me da lo mismo, pero los nietos se bañan
en la piscina casi todos los días. Sus gritos son un martirio en las tardes.
Rebaño de sanguijuelas, pero son adorables, tengo que decir que son adorables.
Alguien me habló durante media hora y no supe quien cresta era. Tampoco
recuerdo nada de lo que me dijo, pero su voz era grave y cavernosa. Suponiendo que hacía alusión al diagnóstico, apremio no mostraba
su inflexión vocal. Y el diagnóstico, madre santa. Incontinencia urinaria
diurna, qué vergüenza más grande. No me imagino lo que va a pensar mi
nutricionista cuando se entere. Qué paciente más honesto si llego a decírselo.
Además, hoy tuve pesadillas sangrientas entre las tres y las cuatro de la
mañana. El calor sofocante de la noche, los ruidos molestos, las invenciones
imaginarias, los documentos en el maletín. Viajar a Japón me dejó la cabeza
llena de extrañas paranoias. Respiré un aire viciado que me volvió hacia atrás
el sentimiento. La situación es irreversible, hasta que una mañana me vea en la
obligación moral de visitar la tumba de mi esposa. Honestamente, me pregunto si
alguna vez la amé. A veces mis amigos cercanos me dicen que sí tuve una esposa.
Pateo el suelo con rabia. No acordarme de la vida. Con mucha rabia. Imposible
no desear una copa de vino, un cigarrillo.
Detesto el verano, qué diablos, prefiero morirme en otoño,
pero no precisamente de un susto o de hipotermia. Lo deseable no siempre es lo
correcto. Mis acciones están a la baja, y ya es demasiado lo que se pierde,
mejor dicho, llamadas telefónicas urgentes cargadas de tensión y expectativa.
No estoy para malos ratos, así que vende. ¡Vende! No quiero ser pobre. No
quiero volver a ser un niño pobre. Quiero ser un adulto rico siempre, hasta que
mis huesos se quiebren con el roce de la brisa. Llego a casa por la noche, con
los pañales saturados. Me quedé dormido mirando el noticiario. Parece que estoy
en mi casa. Sí, estoy en mi casa. Reconozco el color de las paredes, el lúgubre
sonido de las bombas de agua, y heme aquí de vuelta. Tengo que salvar esta
compañía a toda costa. Me gustaría una taza de café, pero a esta hora el
hígado. El insomnio cría una nube de humo invisible que respiro y casi nunca
entro en pánico. El hígado a cualquier hora. Ya falta poco para dormir
eternamente. Mientras tanto el insomnio se cuela por la luz de la lámpara, por
la pantalla del televisor. Vigilia compensada por sublimes pensamientos. Luego
seguir trabajando, no queda otra causa en mi horizonte privado. Para eso mis juguetes
tecnológicos son de gran ayuda. Un viejo como yo sólo puede enviar correos
electrónicos a las tres de la mañana. Salvo no saber por qué, ni cuando. Y qué
alivio no tener huéspedes esta noche. Ni recuerdos ni huéspedes. Horas y horas
revisando los papales del maletín. Mi agenda me juega una mala pasada. La
verdad es que no tengo ganas de viajar a Nueva York. Es invierno allá.
Algunos negocios marchan, otros se desmoronan. No conviene
dejarse llevar por las pasiones. Las acciones impulsivas no dejarán ganancia
alguna. Treinta años con el imperio a cuestas, da que pensar. Y el valor que
tiene la experiencia. Nunca mis dolores fueron impedimento a la hora de ejercer
mi derecho a enriquecerme. Ayer fui un hombre de acero. Hoy los capitales se
achican. Vivir en el lujo es sólo una pequeña compensación. No quiero volver a
ser un niño pobre. Oculto debe estar el miedo de un hombre que pisa el umbral
del más allá con cínica sonrisa. Estoy viejo, sí, estoy enfermo, pero mi sangre
terrestre tiene aún la misma consistencia. Debe ser el cansancio de los años
que me golpea, la falta de recuerdos, la brusca sequedad emocional. Se acabarán
estos pocos meses que me dieron de yapa. El cuerpo ya no responde como debería.
Mi respiración atonal es un hilo de telarañas apenas perceptible. Y ahora dicen
que perdí mis sucursales en España a causa de la crisis asiática. Infierno para
mi conciencia durante un año, o más. Otro ataque de tos con asfixia y
consecuencia de fiebre. Los parientes rondan mi futuro cadáver como tiburones
hambrientos.
Safé del viaje a Nueva York, y en buena hora, porque me
siento pésimo. Me da la impresión de que hubiera perdido la conciencia en algún
momento. ¿Qué? Perdona, no sé quién eres ni por qué me hablas. Estoy viejo, sí,
estoy enfermo, pero mi sangre terrestre tiene aún la misma consistencia. Te
digo que safé del viaje y tú me quieres llevar al baño a toda costa. Ya te dije
que no tengo nada en las tripas, llevo como tres días sin comer. Qué
irremediablemente estúpido es este pobre infeliz. Dónde está el hijo
inteligente cuando lo necesito. Me apremia mandarlo de una vez a España a
barrer los restos de nuestro derrumbado imperio. Y a la vuelta quiero que barra
los restos de su padre, de pasada, y no este tarado que me está cambiando los
orines a cambio de una mesada más bien pequeña.
Silencio, idiota, necesito terminar de leer esta novela de
Vila Matas. Ve a fumar al patio. Aunque el idiota realmente soy yo, porque el
silencio no existe. Hay miles de correos electrónicos que responder. Le digo al
inteligente que no tema ser un poco Caín, a buen entendedor, y desde luego sin
exagerar. Pero yo soy Abel, padre, ¿no te acuerdas? Sólo espero que no se
vuelva una obsesión. El muchacho me dice que España podría recuperarse, pero no
es una apuesta ganada ni mucho menos. Cambio de anteojos, eso sí que es un
asunto urgente. Anteojos nuevos para el velorio y el funeral. Qué puedo
decirte, si recuperas España, ¡te la regalo!
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